ILUSTRACIONES PREPARADAS PARA "CHUBUTIN" EDICION ALUSIVA AL 25 DE MAYO

publicado el domingo 20-5-07
LAS IMÁGENES FUERON ELABORADAS EL 25 Y EL 26 DE ABRIL DE 2007.

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EL TEXTO ILUSTRADO:
La serenata del unitario

El problema empezó en la primavera de 1840, cuando un joven unitario llegó una noche a una casa de la calle de Santa Clara dispuesto a cantarle una serenata a su amada, y al cruzar el patio tropezó con el aljibe, se cayó adentro y se ahogó, pese a que aquel Buenos Aires, aquella noche, aquel patio y aquel aljibe estaban iluminados por una enérgica luna llena.
Desde entonces, cada vez que la luna estaba así, llena, el fantasma del unitario reaparecía, saltaba la verja, cruzaba el patio, se llevaba por delante el aljibe y caía adentro con guitarra y todo.
La familia de la casa se molestó bastante con el asunto. Cada veintiocho días escuchaban los pasos del fantasma, después el toing que hacía su cabeza al chocar contra el brocal del pozo, un insulto, un ¡aaaaaah! que se perdía en las profundidades, un splash y un glu-glu acompañado de un chapoteo.
El glu-glu y el chapoteo no paraban hasta que alguien salía al patio, echaba el balde al fondo del aljibe e izaba al fantasma hasta la superficie. Aparecía en un estado lamentable, aferrado a la soga como un mono rencoroso y chorreando, obviamente, agua.
El otro lo fletaba sin vueltas y el espectro se iba echando maldiciones.
Pasó el tiempo.
La misma Delfina, tan desconsolada al principio por la pérdida de su novio, tuvo que reconocer que era un plomo.
Cuando se acercaba la noche de luna llena empezaban las discusiones.
-Yo lo saqué la vez pasada. Ahora te toca a vos.
-No. A vos.
Un tío cura roció el patio con agua bendita y abundantes rezos, con la esperanza de no verlo más, o al menos por un tiempo.
No dio resultado. Puntual como la luna misma, el espectro siguió presentándose en el patio con su intolerable rutina.
Pasó una generación o dos. Los descendientes de aquella familia heredaron la casa y el fantasma con la guitarra.
Dos tías solteras que no dormían nunca se ocuparon del problema en 1872.
Como eran superticiosas y entendían de hechizos, desparramaron orégano fresco sobre la tumba del unitario. El orégano, se sabe, ayuda a los muertos a dormir apaciblemente. No a este, como se comprobó enseguida.
Las tías se hartaron de sacarlo del agujero. Una cosa era levantarse en camisón en las noches lindas que olían a jazmines y otra, en el mes de julio.
Pasaron los años y otra gente ocupó la casa. Por lo demás, nada cambió: luna llena, patio, aljibe, splash, glu-glu, uno que se levantaba, balde, insultos y nadie pegaba los ojos esa noche.
Cuando empezó el nuevo siglo a un joven estudiante se le ocurrió poner una escalera en el pozo para que, al menos, saliera solo.
Éxito total. Una idea formidable, propia de una mente científicamente fresca. Se solucionó el problema de levantadas nocturnas.
Pero el ruido siguió. ¿Cómo olvidarse del fantasma si hacía ruido?. Aunque nadie dejara ya la cama, se mordían las uñas esperándolo. Si por algún motivo se demoraba, consultaban los relojes con ansiedad. Si en la cadena de sonidos faltaba alguno el desvelo era total. Alguien llegó a calcular por el estrépito de la caída cuánta agua en el aljibe.
-Este mes no llovió nada- decía ese alguien.
En el año 1935 ocupó la casa una familia de inmigrantes. Era gente trabajadora y sencilla. Lo que menos necesitaban era un aparecido que les estropeara el sueño.
Pusieron un cartel en el patio que decía:
“Peligro. A 50 cm pozo”, y una flecha para que no quedara ninguna duda.
Tampoco dio resultado. Se caía igual.
Pasaron muchos años más.
A fines de la década del 60, los nuevos dueños instalaron en el patio un poderosos foco de luz de mercurio. Iluminaba el aljibe con luz de día, así que el fantasma tenía que verlo o verlo. Como si nada. No lo vio.
Los años corrieron tanto que llegaron hasta hoy.
Hace quince días la nena que ahora vive en la casa escuchó que sus padres discutían una vez más el problema del fantasma.
Mientras atacaba un pote de flan acaramelado, dijo:
-¿Y si le ponen una tapa al aljibe...?
Los padres se miraron. No lo podía creer. ¡Oh, Dios! Estaban emocionados. Se abrazaron. ¡Aleluya! ¡Salvados! Era el fin de sus padecimientos. Llorando, besuquearon a su inteligente hijita como si acabara de descubrir el agua potable.
La nena no entendía nada. Dijo solamente:
-¿Hay más flan?
Así terminó el problema que había durado un siglo y medio.
El fantasma ya no se cae. Ahora se sienta en el borde del aljibe y canta, que es peor.
Ema Wolf
En La aldovranda en el mercado
Buenos Aires, Sudamericana.